Mi viaje alrededor de Perú. Cuarenta días entre montañas, selvas tropicales, desiertos, cañones, lagos, ruinas incas, ciudades coloniales y fantástica comida. Con escapada a Bolivia incluida.

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Bosco Soler explorando los alrededores de Vang Vieng, Laos, en moto.

Explorando los alrededores de Vang Vieng en moto.

Siempre me he preguntado porqué los pájaros permanecen en el mismo sitio cuando pueden volar a cualquier lugar del planeta. Luego me hago la misma pregunta. - Harun Yahya

Un sábado noche, hace dos semanas, unos compañeros del albergue intentaban convencerme entre cervezas de ir con ellos a Laos al día siguiente. Había estado viviendo en Chiang Mai durante el pasado mes y medio, y pensaba quedarme algo más de tiempo para acabar unos proyectos online. La ciudad me había enamorado, sabía los sitios donde ir y conocía gente local, pero es cierto que me había empezado a acomodar demasiado.

Cuando viajas solo y por tanto tiempo, aprendes a desarrollar tu intuición. Y la intuición es la que te ayuda a distinguir la delgada línea que separa una situación forzada y una oportunidad. Así que a la mañana siguiente me volví a hacer la pregunta que me hago cada día: ¿Estoy donde quiero estar y haciendo lo que quiero hacer?, y en apenas una hora reservé los billetes y el alojamiento, hice la mochila, y me fui a Laos con ellos.

En el bus reflexionaba lo difícil que hubiera sido hacer esto en casa. El equivalente sería mudarme a Francia de un día para otro y recogiendo todo en una hora. ¡Imposible! Aquí había sido posible, en parte, porque después de tres meses fuera de casa mis posesiones siguen siendo prácticamente las mismas: un ordenador portátil, un teléfono móvil, un libro electrónico, algo de ropa y un neceser. Todo en una mochila que no necesito facturar y que pesa entre 10 y 12 kilos. Con eso viajo y con eso trabajo.

A medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que cuanto más poseo, más cohibida está mi libertad de movimiento. Y cuando esta libertad es lo que más valoro, el comfort que me podrían proporcionar otros accesorios se desvanece. Todo lo físico se convierte en anclas que ralentizan mi movimiento y amortiguan mis impulsos.

Y me doy cuenta de que las anclas no son solo materiales: también emocionales, miedos, responsabilidades... Unas son indispensables, otras suplantables. Unas son inevitables, otras superables. Anclas como el miedo a estar solo, los sentimientos hacia mi familia y amigos, la responsabilidad sobre un proyecto, la presión de mi entorno... Algunas anclas me mantienen fiel a mis raíces y principios, proporcionándome una dosis necesaria de realidad. Otras reprimen mi libertad y me cortan las alas. Distinguir unas de otras es parte del aprendizaje.

Veo como poco a poco mis prioridades se reordenan a lo largo del camino, y como el sentimiento de libertad aumenta a medida que simplifico mi vida, manteniendo conmigo las cosas, sentimientos y personas que realmente merecen la pena.

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PD: La imagen es de los alrededores de Vang Vieng, en Laos, donde mi amigo Ben y yo alquilamos dos motos de cross para perdernos entre las montañas y campos de arroz de la zona (más fotos). Pocas veces me he sentido tan libre. Hoy es mi último día en Vientiane, la tranquila capital de Laos, antes de volar a Kuala Lumpur y empezar con Malasia. Ya estoy en Kuala Lumpur 🙂

La Ciudad Prohibida de Pekín, China

La Ciudad Prohibida de Pekín (que de prohibida le queda poco)

Escribir sobre mi recorrido de un mes alrededor de China y no hablar de las impresiones y sensaciones con las que me fui del país sería dejar el post vacío, inconcluso. Como intentar explicar paso a paso una receta de cocina sin hablar de sus aromas, texturas o sabores. Al fin y al cabo, el recorrido lo disfrutas durante el tiempo que viajas, pero las sensaciones perduran y acompañan los recuerdos más allá del último bocado. Y China es en sí un cúmulo de culturas, donde cada provincia tiene su propio dialecto, su propia etnia, su propia gastronomía y sus propias tradiciones. Pero es también un país difícil, donde poca gente habla inglés y donde es fácil que se te identifique como turista.

Honestamente, aterrizar en Shanghai y empezar mi viaje en China fue una ducha de agua fría. Después de haber vivido en Japón durante medio año, pensé que Shanghai, con esa apariencia de ciudad futurista, tendría algo más en común con Tokio o cualquier otra ciudad nipona, pero las diferencias culturales eran insalvables. Unas horas paseando por The Bund y la zona de las concesiones, a orillas del Huangpu, bastó para ser abordado por una treintena de tipos al grito de "¿Rolex? ¿iPhone? ¿Massage? ¿Sexy massage? ¿Lady massage? (tío, ¿de verdad crees que me apetece un masaje con final feliz a las 4 de la tarde?). Tampoco ayudó el tráfico caótico, los escupitajos al suelo en sitios cerrados, o las malas maneras en algunas tiendas. En general, acostumbrado a la impecable educación japonesa, fue todo un shock.

Tanto en Shanghai como en Pekín intentaron timarme varias veces, pero venía con los deberes hechos y ya me los conocía de antemano: En el primero, el timo de la ceremonia del té, una pareja de chinos jóvenes que se hacían pasar por turistas me pidieron que le hiciera una foto, usando eso para iniciar una conversación e invitarme a una "famosa" ceremonia del té en un local cerca de allí. Obviamente ellos están compinchados con el local, y al acabar la infusión te encuentras con una factura de unos 50-60€. ¡Paaam! Cara la broma, ¿eh?. El otro timo más frecuente, el de las estudiantes de arte, me lo intentaron hacer en Pekín: Dos chicas jóvenes se me acercaron y empezaron a hablar conmigo con la excusa de que querían practicar el inglés. Obviamente yo sé que no soy tan guapo como para que me entren a pares, así que ahí ya sospeché algo. La conversación sigue hasta que te dicen que son estudiantes de arte y que exponen en un local cerca de allí, momento en el que te llevan a una galería para que compres piezas de arte originales que en realidad están impresas en masa.

También podría hablar de cuando tuve que perseguir por toda la terminal de ferris de Hong Kong a un chino cabrón que me dio el cambiazo a mi billete a Macao, pero supongo que a estas alturas te estarás imaginando que las sensaciones con las que me fui de China no fueron nada buenas. Todo lo contrario. Juzgar a toda la nación China por un puñado de gañanes sería tan injusto como hacerlo con los españoles por culpa de algunos carteristas del metro de Barcelona. Lo triste es que si te mueves únicamente por los sitios más turísticos de las ciudades más conocidas, esa es la impresión que te llevas.

A lo largo de mi paso por China conocí gente increíble, abierta, desinteresada y con ganas de aprender de mí y de mostrarme su cultura. En el tren nocturno de Pekín a Xian, por ejemplo, estuve hablando una chica que sabía algo de inglés. Cuando llegamos a Xian, pasó el día conmigo enseñándome su ciudad, la comida típica, los puestos callejeros, monumentos... Incluso me acompañó a visitar los Guerreros de Terracota, explicándome su historia. En otros sitios, sobretodo en las ciudades interiores que son menos turísticas, otros chicos se acercaban a mi para invitarme a beber y hablar con ellos. De hecho en una discoteca de Guilin acabé extremadamente borracho ligeramente perjudicado por no querer rechazar ninguna de las invitaciones.

A veces ni siquiera el idioma es barrera para establecer conexiones humanas. Durante otro de los trenes nocturnos me pasó algo "gracioso". Al subir al tren ayudé a una mujer a colocar su maleta en el reposamaletas y, al cabo del rato, mientras comían, se me acercó sonriente y me ofreció una bolsa de papel abierta. Ahí que metí yo la mano y saqué... ¡una garra de gallina! La situación es la siguiente: Un tren con 1500-2000 chinos donde yo era el único extranjero; medio vagón observándome y esperando mi reacción; la mujer mirándome ilusionada por haber compartido conmigo parte de su manjar; y yo contemplando la enclenque garra, con una enorme sonrisa forzada, sin saber muy bien si darle un mordisco o rascarme la espalda con ella. Al final opté por lo primero y quedaron todos contentos (menos yo), todo sin intercambiar ni una sola palabra.

Podría seguir poniendo ejemplos, y muchos, pero la idea seguiría siendo la misma: Cuando viajas, tú eliges el recorrido, pero también tu actitud y la manera de recorrerlo. Y cuando tu actitud es abierta y receptiva, la gente lo percibe, y es entonces cuando viajas de verdad. China es un país increíble que, como la foto que encabeza esta entrada, está oculto bajo una niebla de prejuicios y desinformación. He visto paisajes y arquitectura que por sí solos hacen que valga la pena la visita, pero con lo que me quedo es con la gente, con las anécdotas y con las dificultades, que han sido muchas. Sin duda, una experiencia.

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PD: Sigo en Chiang Mai, Tailandia, el segundo país en mi viaje alrededor de Asia. Escribiré un post sobre la vida aquí y por qué me gusta tanto esta pequeña ciudad del norte. También quiero escribir sobre las sensaciones después del retiro de meditación de 10 días, sobre cómo han cambiado mis prioridades a lo largo de estos últimos años/meses, o sobre temas que me suelen preguntar mis amigos (cómo es viajar solo, cómo trabajo, qué llevo en la mochila, etc.). Me he comprometido a escribir 1-2 entradas por semana, pero voy soltando cosas por Facebook o Twitter más a menudo. ¡Ah! Y subscríbete si aún no lo has hecho 😉